Yo existía en el renacer de mediodía,
en la luz cálida del sol cuando se ponía.
Existía en esa suave y sutil melodía
de tu voz cuando me hablaba y sonreía.

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Me llenaste de caricias y encantos,
de tu frágil aroma que mis miedos confundía.
Me llenaste de promesas, de mentiras escondidas,
de un futuro que con fe anoñaría.

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Me refugié en una ilusión, en vana fantasía,
con la esperanza de que un día me verías
como el encanto de tus ojos, una fuente de alegría
de un corazón que pidiera a gritos una parte mía.

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Tenía tanto miedo de olvidar lo que dijiste aquel día,
que escribí tus palabras en mi memoria aturdida.
No queria olvidar lo que sentí en esos segundos,
cuando mis deseos y la realidad se volvieron uno.

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¿Qué tenía yo que no te convencí?
¿Qué me hacía falta para hacerte feliz?
Te di todo, todo te di,
pero no fue suficiente, nunca más te vi.

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Ahora vivo con esa duda dentro de mí,
preguntándome por qué tuve que fiarme de ti,
por qué tuve que dejarme envolver en tus brazos
y perder el juicio sin motivo ni reparo.

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Te di todo, todo te di,
pero no fue suficiente, conmigo no estás aquí.