Marcela es una directora de teatro que está a minutos de estrenar su primera obra, pero los imprevistos que se dan momentos antes de la presentación, le hacen dudar de su talento.

MARCELA:   Ayer soñé con lo de siempre: el telón se alza, el público mira al escenario, los actores empiezan a fallar, el luminotécnico se equivoca, la escenografía se derrumba, yo me suicido. No debí ser directora. ¿A quién quiero engañar? Yo no soy una directora. Tengo miedo. Tengo demasiado miedo. Tiemblo de miedo, como una gallida a punto de ser degollada. Debo dedicarme a escribir y no salir de casa. Eso.

Yo tenía ocho años cuando decidí ser directora de teatro, ¿sabes? Entonces yo soñaba... el escenario vacío, un actor, una luz tenue que ilumina parte de su rostro, la vida en el escenario... La vida iluminada... la vida en dos horas. Magia... La magia del teatro. Qué me iba a imaginar esto a los ocho años. Si hubiera podido imaginar que para hallar la bendita magia tenía que pasar por este tormento, estudiaba derecho, o educación física, lo juro. No estoy capacitada. Yo no soy una directora. A quién quiero engañar. Yo quiero llorar. Debería escaparme. Debería irme por esa puerta de escape y que se las arreglen los demás.